03 enero, 2012

Con Aliento


La señora Metea rara vez cuenta cómo perdió su mano derecha. 
Las pocas veces que lo menciona empieza remontándose a una remota aunque pese a todo probable juventud, en la que enviudó muy pronto. Concretamente, en su noche de bodas.
Fue muy difícil explicarle a la desconsolada joven Metea que a su reciente esposo se le habían abrasado de forma repentina e inexplicable la faringe y el esófago. Demasiado rápido para un veneno o algo similar, pero, añadió el doctor, seguro que le tuvo que doler, y bastante. La señora Metea, aunque no pasaba por entonces de los veintipocos, lo llevó con una firmeza y una determinación envidiables y, de hecho, envidiadas, sin perjuicio de las recelosas y abundantes muestras de solidaridad y dolor. 
Durante el velatorio, la viuda Metea se vio sorprendida por un inevitable y comprensible llanto y, al notar las ganas de toser, por refinadas maneras, se cubrió la boca con una mano. Como siempre había sido una mujer muy estoica apenas protestó con un pequeño y sufrido gritito cuando la mano se le derritió, sin dejar ni los huesos, ante la mirada estupefacta de todos los familiares y cercanos allí presentes. También de una ancianita que nadie conocía y que se santiguó diciendo algo de la acidez de estómago.

Texto: E.T. (El hombre de Alabama)
Narración: La Voz Silenciosa

4 comentarios:

  1. Texto corrosivo, nunca mejor dicho.
    Uno no puede dejar de sonreír, aunque si se imagina las escenas, entra un repelús importante.
    Felicidades.

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  2. Como para no acercarse a menos de cinco metros... Contada la historia y resuelta la duda en poco espacio y sin sacrificar la ambientación del relato. Buena economía del lenguaje. Enhorabuena

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  3. Estoy con Miguel Angel, pocas palabras para describir mucha imagen.

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  4. Almax forte y fuera ardores... bromas aparte, me ha gustado la simpleza y como logras introducirnos en todo el desarrolo de la escena, saludos.

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