18 octubre, 2013

Billete de vuelta

Texto participante
en convocatoria
Ahora que el avión sobrevuela la costa africana pienso que no ha sido tan malo.
Gasté todos mis ahorros y parte de los de mi familia para hacer este viaje, en el que deposité tantas ilusiones.
La espera fue lo peor, o eso creía. Ver salir otros barcos antes que el tuyo puede llegar a ser desesperante cuando la sangre te bulle y la menor demora se te antoja infinita.
Pero todo llega, y debo reconocer que al principio me sentí un tanto decepcionado. No esperaba un camarote de lujo, como los de los cruceros que salen en las películas que dan por televisión, pero compartir tan poco espacio con tantos compañeros de viaje me resultó más agobiante de lo que imaginaba.
No me quejo, sabía perfectamente por lo que había pagado, no podía exigir más, pero se hacen duras las horas sentado junto a desconocidos, hombro con hombro, oliendo su sudor, escuchando el ruido de sus barrigas, el llanto de los niños, la peste a gasoil, el ruido del motor, el chapoteo del agua contra la borda.
Sientes el dolor en el cuerpo aterido, quemaduras en las piernas si te alcanza el combustible caliente, los huesos entumecidos, enclavados en la misma postura incómoda que apenas puedes modificar, las manos y los pies congelados por la brisa de la noche.
Y miedo. El cielo, negro, apenas moteado de estrellas, el agua, negra, más negra que mi

propia piel. Cincuenta respiraciones en la oscuridad. La única luz, la de la linterna del patrón, escondida entre sus piernas, para alumbrar solo lo preciso con que orientarse en la inmensa nada.
Y frío. Cada gota que salta la borda penetra en la ropa, se une a otras gotas hasta cubrirte el cuerpo como un sudor que escuece, que duele, del que no te puedes desprender.
Pánico cuando el oleaje se levanta y la barca cabecea y las olas saltan y te empapan, y los vómitos de tus vecinos llenan el aire de ácido y el combustible amenaza con prenderse porque un imbécil ha encendido un mechero para calmar la angustia de no ver qué sucede a nuestro alrededor, y los gritos y los llantos y el sonido de los móviles cuando alguien logra contactar para pedir auxilio.
Y el alivio cuando escuchas los motores de las patrulleras que acuden en nuestro rescate, y el agradecimiento a la vida que te da otra oportunidad. Y la decepción cuando en tierra, a salvo, eres consciente de que los riesgos que has corrido no han servido para nada. Y la humillación de volver a casa con las manos vacías y un poco más pobre de lo que saliste.
Pero ahora estoy en este avión, con billete pagado por un gobierno extranjero. La azafata me sonríe igual que si fuera un pasajero más, y me trae una bebida y un bocadillo.
Así que no lo consideraré un fracaso. Hasta que lo vuelva a intentar, pensaré que he vivido las mejores vacaciones de aventura que hubiera podido imaginar.


Texto: Ana Joyanes

8 comentarios:

  1. Ana, excelente relato, te metiste en la piel del personaje.
    Me gustó.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Describes muy bien la vida a bordo, si a eso se puede llamar vida. Había visto un documental que lo contaba y enseñaba, aun antes de la salida del barco. Lo peor es que no saben lo que les espera en Europa o que la próxima vez tendrán, quizás, largas vacaciones en el fondo del mar, sin billete de vuelta.

    ResponderEliminar
  3. Magnífica puesta en escena de lo que puede llegar a sentir uno de estos seres humanos que se juegan la vida cruzando el Estrecho en pateras.
    A mí me encogen el corazón también y hace tiempo escribí un relato amplio sobre este drama, cuando vivía frente a las costas de África, muy cerca de Tarifa.
    Un abrazo, Ana.

    ResponderEliminar

  4. Creo que lo mejor de este trabajo es la ambientación sensorial que logran las descripciones; el hecho de que haya un narrador-personaje posibilita transformarse en él a medida que se lee.
    Me gusta la tozudez del inmigrante ilegal en cuanto a volver a intentarlo, y también el buen humor, porque hay que tener muy buen humor para llamar "vacaciones de aventura" a tan riesgosa y traumática experiencia.
    Cariños, Mariángeles

    ResponderEliminar
  5. Muchas gracias por vuestros comentarios, Moli, Catherine, Isabel, Mariángeles.
    Es un tema que me avergüenza. No podemos llamarnos Primer Mundo y permitir que haya seres humanos que se jueguen la vida por un futuro, cuando poco, incierto y proscrito.
    A fuerza de ver las fotos de los inmigrantes cubiertos por mantas térmicas, siendo atendidos por los voluntarios de la Cruz Roja..., dejan de impactarnos, es algo más de lo mismo.
    El último gran desastre en Lampedusa parece que nos ha removido algo el alma (no a los políticos, que hacen funerales de Estado para los ahogados y deportan a los vivos), pero también pasará y seguiremos viviendo en nuestra burbuja cómoda, ignorando que hay innumerables personas como nosotros que se lo juegan todo por tener un atisbo de lo que nosotros tenemos (y mira que ahora tenemos bien poco...).
    Jamás olvidaré las piernas quemadas de un chaval que llegó a las costas canarias buscando un mundo mejor. No quiero olvidarlas.
    De nuevo, muchas gracias por leer, por comentar y por reflexionar.

    ResponderEliminar
  6. Un relato que muestra una cruda realidad.
    Saludos :)

    ResponderEliminar
  7. Ana. el relato está muy vivido; respira empatia y cruda realidad. Su lenguaje fluido y sus imagenes lo situan magnificamente. Saludos Calamanda

    ResponderEliminar
  8. Muchas gracias, Ángeles y Cala.
    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar

Gracias por contribuir con tus comentarios y tu punto de vista.

Los componentes de La Esfera te saludan y esperan verte a menudo por aquí.

Ésta es tu casa.