14 octubre, 2013

La cálida boñiga


Texto participante
en convocatoria.
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Quince años y dos meses trabajando sin parar, pero ha merecido la pena. Tengo un fin de semana por delante para mí solo. Sin jefes, sin teléfono, sin ordenador y sin perrito que me ladre.

No me falta nada imprescindible en el equipaje: los clínex, la colcha de ganchillo, una lata de mejillones y por supuesto, la enciclopedia universal.

Ya he llegado a mi destino tantos años soñado: una aldea perdida y alejada del mundanal ruido, con el encanto del polvo que levantan las ovejas; las miradas, siempre entrañables, de los aldeanos sentados a la puerta de sus casas y, con un poco de suerte, con el aroma de alguna boñiga de vaca. ¡No se puede pedir más! ¡Es el colmo de la dicha!
¡Oh benditas cagarrutas que te transportan cual querubines a un mundo sólo imaginado en los más dulces sueños. Oh polvo que se mete en tus narices y te nubla la visión para hacerte creer que las ovejas y tú estáis solos en el infinito universo. Oh, aldeanos que te miran dulcemente con el deseo irrefrenable de tirarte al pozo!, demostrándote así la acogedora manera que tienen de recibir al forastero.
Camino por las calles, sin prisa, tropezando aquí y allá con alguna piedra y añorando las alpargatas que, con las prisas de la partida, dejé olvidadas sobre el televisor y observo extasiado y al borde del paroxismo que mis zapatos de charol están llenos de barro. No ha llovido y deduzco, lleno de sana alegría, que este bendito barro se ha producido al mezclar la sabia naturaleza el polvo del camino con los orines de algún burro. ¡Qué tiernos animales! Siento embriagado de júbilo el corazón que se me sale del pecho, al escuchar a mi espalda y sin previo aviso, una voz profunda, sonora, musical, que me grita: “¿ANDE VÁ USTÉ?”

Texto: Margarita Gómez García

Narración: La Voz Silenciosa

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